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martes, 3 de mayo de 2016

Violencia (relato)

Me sangraban las encías, y mi sonrisa lúgubre hacía oscuro aquel juego de niños.
Nos encantaba la lucha. La lucha de verdad, sin trampa ni cartón. Luchábamos como niños, con las manos desnudas como el alma, y nos molíamos las costillas sonrientes. Cuando alguno de los dos - cuando no se unía nadie - estaba cansado, o caía, parábamos y tan amigos. Abrazo y hasta la próxima.

No era más que un juego.
Se me empieza a dormir la pierna derecha.

Teníamos vidas normales y aburridas. Teníamos trabajos aburridos a los que asistir mañana, esposas aburridas esperándonos por la noche.
Un puñetazo en la nariz hace surgir una niebla en pleno pensamiento, y borra de un golpe mi esposa y mi trabajo y mi vida normal y aburrida.

Ahora mismo monto sobre una estrella de color que lleva por nombre y apellidos "Deja de Pensar".
Caigo rendido a los pies de la multitud. Me levanta el equipo de médicos voluntarios que disfrutan de la barbarie.
Estoy bien...
  - Estoy bien. Gracias.
Mi oponente y yo nos abrazamos y nos felicitamos. 23 minutos de lucha.

Comienzo a pensar que esto no es lo mío mientras salgo del recinto, un bloque en construcción vacío donde los Yonkis solían montar sus fumaderos.

Los primeros días eran espectadores, con sus jeringas en el brazo y todas aquellas voces. Sé que no lograron soportarlo.
Mezclar la droga con violencia les dejaba mal cuerpo.
Todos teníamos nuestro propio juego.
Dejo el edificio detrás de mí. Por detrás de mí oigo pasos.  Decido seguir cojeando hacia el primer taxi que vea. Los pasos se acercan, familiares.

Mis sentidos captan a Mabel. Su olor a vainilla despierta mi instinto y mis oídos delatan sus pasos decididos. Lleva sus zapatillas de andar por casa. Decido no girarme.
Me paro en seco.

- Lo sabía. Sigues en esa mierda.
No.
Esa mierda sigue en mí.
Esa mierda me ha hecho algo especial esta noche. Esta noche no cobro: he perdido.
 - No dices nada...
He perdido algo más que dinero.
He perdido la conciencia.

Me despierto tarde. Lo ultimo que recuerdo es desmayarme al servicio del dolor. Son las 14:09, y la enfermera retira el desayuno. Me pide que coma algo.

Detrás de ella, Mabel. Junto a Mabel, mi jefe.

Bronca con Mabel, bronca con mi jefe. Me dicen que no debería hacer lo que hago, que la violencia corrompe. Posiblemente ahora me quede sin trabajo, sin mujer.

Me lo dicen en un mundo donde es mas normal aceptar el disparo de las metralletas que ver un par de tetas. En un mundo donde es más políticamente correcto jugar a juegos de guerra que asistir a orgías. Me lo dicen en un mundo donde vemos las noticias a la hora de comer, con todos esos tanques y desmembramientos. Me lo dice Mabel, a gritos, agrediendo mi integridad emocional, en un mundo donde los hombres deben ocultar sus sentimientos. Me lo dice mi jefe, cuya empresa invierte en armas.

En un mundo donde ciertas peleas son ilegales. Peleas donde tengo mi única vía de escape asegurado, al calor de los puñetazos que me enrojecen el rostro.

Con esta vida, con este trabajo, con esta esposa, y tanta rabia contenida, tanta emoción escondida, lo único que me queda es darme de hostias con gente descontenta.

Lo más que me dolió en el ring fue el abrazo de mi oponente, mas sincero y cariñoso que los de Mabel.

Cuando salí del Hospital, me juré que jamás volvería a permitir que me dijeran qué camino escoger.

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