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miércoles, 4 de mayo de 2016

La muerte en cada esquina (autorrelato)

¿Sabes eso que dicen, de que cuando estás a punto de morir ves todas tu vida pasar por delante de tus ojos?

Es mentira.


Lo más parecido es abrir la galería de fotos del móvil. Para una versión ampliada de tu vida, el dichoso Facebook. Perder todo tu presente al servicio del pasado colectivo de los personajes de tu vida -incluyendo a tu propia persona.

MI CABEZA

Soy promotor, o comercial a puerta fría (como dije en anteriores capítulos entradas), o algo así. Aunque me gusta más definirme como "portador a domicilio de historias y experiencias".

   Ofrezco un producto de carácter cultural y charla agradable.
  Podría decirse que este trabajo tiene también algo de carácter social, haciendo compañía a gente solitaria a veces en el repetitivo vano de una puerta que se repite con caras distintas.
Surrealismo.

  Sucesión de edificios y escaleras y puertas. 
 Energía en descenso como mi alma por esas escaleras para abajo, pero siempre insistiendo sonriente. 
Dingdong. "No me interesa". 
Dingdong. "No tengo trabajo".
Dingdong. "No tengo tiempo". 
Dingdong "Vaya, qué interesante"... 
   Una puerta que se cierra, otro timbre que suena.

  Y así sucesivamente de arriba para abajo, de un lado para el otro, con una sonrisa de luna creciente. Creciente, cuando mi boca abierta como la luna llena a las 19:07, cuando me estrello escaleras abajo hasta llegar al siguiente piso.

  Cuando parece que estas a punto de morir, lo único que ves es lo que te está causando peligro. Si acaso, ves a tu madre avisándote desde algún recuerdo lejano "¡cuidado al bajar las escaleras!"

19:00
  Quedaban 30 minutos para el siguiente punto (el último del día). Cada hora y media, tenemos que ir al llamado punto, donde el equipo se reúne, acordado horas antes.
   Una puerta que se cierra, otro timbre que suena.

16:00
  Varios puntos atrás tuve el fatídico aviso del destino mientras trataba de salvar el planeta: se nos volaba la basura y corrí tras ella con un ruido. Resbalón y al piso. Suena una estruendosa risa desde el pecho de Aitana, compañera de trabajo.

   Ileso y con toda la confianza del mundo vuelvo a mi sitio con la basura.
  - ¡Me parece fatal que no hayas hablado aún de de mi en tu blog! - dice Aitana con una sonrisa llena de rabia - ¡Que ya has hablado de Alfredo - el jefe - y a mi ni me has nombrado! 
  Vuelvo al tajo, con total normalidad, pensando "hoy tiene que pasarme algo bueno. Una excusa para uno de mis autorrelatos".

19:07
  Mi boca de media luna sonriente forma una O de luna llena cuando caigo escaleras abajo.
   Un giro absurdo, resbalo mientras me despido de la chica uruguaya que cierra la puerta a mis espaldas, y hago de los 16 escalones un tobogán poco divertido.

  Mezclo en mi paladar los sabores salados-amargos de la confusión, la incertidumbre y el humor. Veo tan absurda mi propia caída como el hecho de que la Uruguaya - que no quiso el producto cultural - corra escaleras abajo preguntando si estoy bien si estoy bien si estoy bien. Yo, despreocupado, cayendo, me pregunto si ambos bajamos los escalones a la misma velocidad.

   La muerte está en cada esquina, cada rincón.

   Todas las puertas del 2° piso se abren al unísono.

  Una señora con un ojo muy rojo me pregunta si estoy bien. La uruguaya me pregunta si estoy bien. Su novio - que momentos antes pronunciaba eructos mientras hablábamos - me pregunta si estoy bien. Una señora de mirada torcida me pregunta si estoy bien. El perro grande de esta última, solo me huele.
   Sale un hombre de la nada de madera de otra puerta. Me pregunta si estoy bien.

   Qué caos.

   Me levanto riéndome, muriéndome. La señora del ojo rojo me dice que si quiero un vaso de agua con azúcar, le digo que seria un placer, y me trae un vaso de vidrio con agua marrón dentro.
   -  ¡no pienses que es agua sucia, ¿eh? Es azúcar morena.
Doy unos cuantos sorbos.
   -  ¡Parece que hoy tenemos algo que contar! - les digo, y cuando me doy cuenta de que nadie pilla el chiste, sonrío - ¿no?
   Risas.
 
   La señora del ojo rojo aprovecha para contarme lo de su enfermedad. Tiene el ojo inflamado, "¡mira!". En ese momento estaba aturdido, hipersensitivo, y aunque no puedo recordar qué enfermedad tenía, percibí que estaba preocupada.
   La muerte está en cada rincón, cada esquina.

  Al igual que se abrieron en un momento dado todas las puertas, todas ellas se empezaron a comer ahora a sus respectivos habitantes y vuelven a cerrarse con ellos dentro.
 
Sus vidas vuelven a la normalidad. Queda la señora de mirada torcida.
   -  bueno, ¡vuelvo al trabajo! para no tocar su puerta...
   -  no, no... Ya vi el maletín. No me interesa tu [producto cultural].
 
Una puerta que se cierra, otro timbre que suena.

   Quien diga que la pena vende, se equivoca tanto o más como el que dice que toda tu vida pasa por delante de tus ojos cuando vas a morir.



BAR
   Cuando voy a por hielo, un borracho se ríe desde el otro extremo de la barra. Me dice "NO HAY DOLOR". Se autoagrede. Me tomo el café que acompaña al hielo de mi muñeca. El borracho sigue hablando de dolor.
   - Ven, yo sé de esas cosas, venga... ¡confía en mí!
   Algo en su cara me da confianza. Me masajea con brutalidad la mano. Siente algo...
   - ¿Lo oiste? - y para celebrarlo se agrede a sí mismo de nuevo.

   Me cuenta que es un carterista maravilloso, que fue boxeador, y que tenga cuidado, que no deje el móvil ahí... que no sea tan confiado. Que no confíe ni en él.
   Me pide una copa.
   - Tengo 15€ para toda la semana. Y el jefe me espera. Debo irme.
   Me acompaña hasta la calle, y la camarera pone cara de alivio.
   Mientras me despido, me pide que no sea tan confiado.

URGENCIAS, 22:00

Escribo:
Puerta hacia otro mundo. Un mundo blanco y clínico, lleno de afecciones y hostias por todas partes. Virus, piernas fastidiadas, desidia, etc.

Me he jodido una muñeca, o algo parecido. Sí, inflamada, por lo que parece. Ahora estoy en la sala de espera, con una muñeca que no me permite usar el pulgar con la intensidad o rapidez acostumbrada. 
Escribir desde el móvil está bien, aunque temo tener que volver a urgencias con mis pulgares tristes porque se me han encogido el resto de los dedos.
¿Que como llegué aquí?
Bajé rápidamente 16 escalones seguidos con mi anatomía entera.
 16 escalones. Desde el primero hasta el último - o viceversa (según se caiga hacia abajo o hacia arriba) -. Un escalón por cada intento de estabilizar los zapatos resbaladizos. 
¡Tococloc, tococloc!
Un escalón por cada golpe en una parte distinta del cuerpo.
Un escalón por cada veinte rechazos durante la jornada. 
Uno por cada diez conversaciones que no llevan a nada 
(almenos nada económico) 
¿Será cada escalón un éxito?


Estoy bien,  
Estoy bien, salvo por la muñeca, quizá.

La estadística de lo que llamamos éxito es incierta.- En algún lugar, de aquí a aquí - dice el Jefe de Zona (en algún lugar de mis recuerdos) trazando una linea imaginaria con su pie -, saldrá un socio. Puede estar al princio, o al final.Por eso, aunque yo caiga, mi ánimo no decae, y sigo.Tras cada puerta, debo recordar que todos los seres humanos somos maravillosos.
¿Una imagen de mi vida por cada dichoso escalón?
Eso no. 
Eso es mentira.

Y escribo...
La vida se consume lentamente en Urgencias cuando entro. Hileras de butacas en la sala de espera. La mayoría, mirando hacia la puerta por donde saldrá la voz de la doctora. Todo el mundo mira hacia la puerta de La Doctora.  
Por alguna especie de manía filantrópica, me he sentado mirando hacia ellos, en la hilera de butacas frontal. Soy el único ocupante de la sala que mira hacia el resto. Una adolescente con séptum comienza a descojonarse. Su madre esconde una sonrisa tras una boca apretada.
Y la vida se consume lentamente.

Y escribo.
Hay mucha gente aquí, en Urgencias, a las 22:30.Todos con sus afecciones y sus historias.
La muñeca me arde. Los pies gritan de rabia loca dentro de estos pies que resbalan.  
Me voy a fumar. 
Reflexionar.

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