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martes, 9 de agosto de 2016

El tiempo y yo

De pronto, me encuentro tirado en el césped del parque de mi barrio, leyendo a Bukowski mientras suspicaces perros desconocidos me ladran sin razón o motivo aparente.

 Un perro blanco me sorprende con su voz aguda. 
 La vida es un vendaval de sorpresas.

 Hoy hace sol.

 Mañana nadie sabe lo que hará el Tiempo. Quizá se pierda en la inmensidad de la espera y no regrese jamás.

 Se colgarán carteles con su cara por toda la ciudad y sólo podremos esperar a que vuelva con tabaco y una sonrisa.

 Al final descubriremos que jamás existió eso que llamamos tiempo y reanudaremos nuestras vidas sin esperar nada, simplemente viviendo.

 Simplemente disfrutando de cada segundo, o cómo se llamen cuando desaparezcan la sensación de tiempo y todas sus unidades.

  No llegamos a vivir en el presente.
 Nuestra mente habita universos paralelos. 
 Habitamos sin darnos cuenta a veces en universos pasados,  en universos que aún no se han dado, y en universos que posiblemente no se den en la vida...
 O en eso que llamamos vida, desde nuestra capacidad de razonar (o al menos de intentarlo). 

 Un perro se me acerca y se me queda mirando muy serio hasta que se aburre y se va por ahí a jugar, brincar, cagar.

 Los animales no razonan, no lo necesitan. No se preocupan por el pasado o el futuro, ni siquiera por el presente.

 Ellos saben que hacer en cada momento para vivir. Hubiera dicho vivir felices, si no fuera porque no conocen ese concepto: no les hace falta, y quizá por todo ello sean más felices que todos nosotros.

 A veces es la propia búsqueda de la felicidad la que nos hace infelices. 

 Mientras los perros actúan en su mundo, nuestra mente habita a veces universos paralelos.

 Los viajes en el tiempo ya se han inventado: están en nosotros, en nuestra mente.
 En nuestras cabezas.

 Y después de todas estas palabras, pienso en qué sería de mí sin ellas. Pienso en mí sin el don de la razón, ergo sin palabras: sin la capacidad de expresarme... y de pronto se corta el flujo de pensamientos y se me ocurre que ya estoy otra vez dejándome llevar por eso que llamamos tiempo, viviendo más allá del presente, usando de más la razón. 

 Quizá si no escribiese sólo desaparecería. Dejaría de ser yo: sería otro.
Así que simplemente vivo y escribo y voy muriendo en cada bocanada de aire que doy.

 Lo que tenga que pasar pasará, pero mientras tanto escribiré mientras el tiempo deambula por ahí, buscando a Esperanza, su gran aliada.

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